22/6/19

Un grito por la paz



La escalada de violencia que ha cobrado la vida de varios líderes sociales en distintas regiones de Colombia no para.

En Tierralta, Córdoba, María del Pilar Hurtado, líder social de 34 años, quien días antes habría sido amenazada a través de un panfleto firmado por las Autodefensas Gaitanistas de Colombia en el que declararon “objetivo militar” a varias personas de esa población, fue asesinada por dos hombres en motocicleta cuando se disponía a trabajar.

En una escena atroz, su hijo de nueve años, quien la acompañaba en el momento del atentado, corre desesperadamente pidiendo ayuda al ver a su madre tendida en el piso.

Nadie se inmuta. Nadie hace nada. El niño grita de dolor y nadie lo escucha.

Ese grito y ese silencio es Colombia. Una Colombia que mira lo que pasa con una pasividad e indiferencia enfermiza, donde una muerte es algo buscado, algo merecido.

Estamos enfermos de silencio, de indolencia y de estupidez. El que se expresa frente a lo que sucede es considerado violento, cuando en realidad el no gritar de dolor mientras vivimos rodeados de muerte es lo realmente irracional.

Los gobernantes callan. Optan por la superficialidad como una manera de ignorar lo que acontece. Ir a Cannes resulta menos tedioso que tratar de solucionar una situación insostenible. El silencio ante la injusticia se escucha tan fuerte que ensordece.

En un país donde el otro no existe, si no es para suplir un interés propio, un niño huérfano grita de dolor y creemos que es una noticia más en los noticieros.

Los niños de Colombia lloran y gritan por haber nacido en un país violento y sin oportunidades y nadie los escucha.

Los niños no disimulan, no les interesa el qué dirán, solo expresan su dolor, y en medio de tanto silencio su grito se vuelve un eco que retumba en la conciencia de todos aquellos que vemos cómo callar ante lo violento es un acto cobarde y cómo los asesinos se aprovechan de ese silencio para matar.

Tenemos que gritar. No hay otro camino. Hay que gritar como ese niño que no entiende cómo puede vivir en un mundo donde su madre ya no está y donde lo único que le queda es su voz y su dolor que nadie escucha.

Sin oídos el grito es solo silencio. Escuchar y gritar ante el silencio que ignora es nuestra obligación.

Una Colombia olvidada grita y debemos escucharla y gritar juntos.

El silencio ante el grito de los niños no puede ser una opción.